-Era de las mejores cocineras de la colonia. Allá en Jardínes, todos la conocían por hacer delicias bien cabronas. Tanto así que, si te ofrecía un plato, no importaba que tan afritangado fuera, tú te lo comías: deglutir, devorar, tragar, saborear; llámale como quieras, porque al final te lo terminabas chingando.
-Órale pues. Lástima que no pueda cocinar acá adentro en Santa Martha…
-¡Uy! pues ahí te va el chisme de porque la entambaron.
-¿A poco ya te enteraste?- dijo la otra mujer incrédula, con el cabello largo y graso, la cara deslavada y el seudo uniforme color caqui. Las manos estaban entrelazadas entre las rodillas, y los ojos se abrieron pelones para acompañar a una mueca leve, como una niña que espera a escuchar el cuento de hadas que tanto ha añorado.
La otra reclusa, animosa y gesticulante en su hablar, primero sacó una manzana del bolso de su filipina también caqui, le dio una mordida que atronó en lo hueco del cuarto, opacando por un momento los murmullos del resto de las mujeres que afuera buscaban escupir palabras al aire, para que al menos éstas se liberaran con el viento.
Una vez moviendo los dientes para triturar el pedazo de la fruta que había arrancado de cuajo, saco la lengua y se relamió entre los dedos el jugo que lentamente iba resbalando entre ellos. Y todavía sin terminar de deglutir, continuó:
-Pues has de cuenta que tenía a su viejo, un cabrón jijo de la chingada parrandero, de esos que nada más están chingando. Ese wey era de los que se paraba allí en la avenida con su dizque taxi…
-¡Ay si! creen que nada más porque es blanco, ya sirve pa´llevar y traer y pues nel. Pero bueno, síguele manita.
Fue ese breviario cultural una oportunidad para otra mordida, que conllevaba nuevas relamidas a la mano. Entonces siguió:
-Pues este pinche viejo, haz de cuenta que agarraba a Mary…
-¡Doña Mary!- interrumpió intempestiva la otra -No seas pinche igualada.
-¡Ta bueno pues! El cabrón éste de don Alejo, luego se iba de putas y se gastaba lo poco o lo mucho que ganaba y ni gasto le daba a la doña. Fue por eso que decidió poner su puesto en el que vendía de toda la rica y bonita gastronomía fritanguera. Al principio sólo eran pambazos, quesadillas, sopes…
-¡Ay, pendeja cállate! me estas antojando…
-Urge salir a comer comida de esa, pero ya faltan menos añitos.
-Bueno ya no te distraigas, síguele.
Otra mordida más. La manzana disminuía de volumen, y ahora la mujer que fungía como emisora de las nuevas noticias, se limpiaba en la filipina para evadir lo pegajoso del jugo, y prosiguió:
-Pues éste wey no nada más llegaba borracho y a veces hasta miado, sino que le pegaba bien feo. Luego corría a los chamaquillos de la casa en la madrugada. Los despertaba y les decía que se salieran un rato al patio porque tenía que hablar con su mamá. Para cuando los escuincles salían, la doña ya estaba toda desgreñada y ya tenía el cachete inflado del primer manazo. De ahí se oían los chillidos porque la sometía y se la cogía a fuerzas.
-¡No mames! Mi viejo me hace eso y le doy una patada en los huevos. ¿Y los sacaba así al frío nomas por sus tanates? ¡Qué pendejo!
-El chiste es que ella aguantó muchos años así. Éste cuatito nomás se pasaba de listo y nadita de gasto, te digo. Pero ella escondía el dinero de las ganancias del puesto porque ése le daba baje. Ella decía que quería la lana para comprar animalitos, criarlos y venderlos para tener otra entradita. Ya luego oíamos que en su casa había gallinas, y hasta un puerco.
-¡Ah pues yo llegué a la colonia cuando ya tenia granja. Luego apestaba re feo por el chiquero ¿no? Me dijo mi tía que sobre todo si llovía…
-Pues si, pero la doña siempre fue bien chida con la banda. Si iban los demás chamaquillos sin lana, les fiaba un taco, aunque supiera que no se los podían pagar.
Más manzana a la boca. Las dos amigas, unidas por una sentencia, seguían sentadas a la orilla del catre, y de vez en vez la luz que entraba del pasillo de la celda se interrumpía con la sombra de las reclusas que pasaban caminando por fuera. Era horario abierto, pero casi caía el ocaso de un día que ellas no adivinaban ni su número ni su mes, pues ahí todos eran iguales, y nos les importaba conocerlo, sino era para saber cuanta condena habían purgado, y cuanto más faltaba para pisar suelos libres de nuevo. Una duda asaltó a la narradora.
-¿A poco nunca comiste en su puesto?
-Pues no, nunca. Sí sabía que estaba sabroso, y que le caía mucha gente. Pero no se me antojaba mucho. Yo vivía hasta la entrada de la calle, abajo del cerro. Y subir hasta allá… No pues no. Además, yo soy más de tacos.
-Pues ahí está lo bueno mana. Resulta que la doña quizo ampliar su carta con más comidita, y entonces empezó a meter tacos. Así nomás ¡Pum! de chingadazo. Y estaban ricos. Con cebollitas, nopales, y unas salsas bien perras. De hecho, antes de que entráramos acá por farderas, yo fui a comer de longaniza y de enchilada y no mames.
-Bueno sí mana, ¿Pero donde está el pinche delito cabrona? Ya me la estas haciendo de emoción…
-Ahí te va, y no me presiones que no llevamos prisa. ¿O qué? ¿Tienes cita con tu marido? ¿Vas a ir al cine o qué? – Dijo con tono burlón mientras le daba un empujón al hombro a la cómplice.
-¡Pendeja! Bueno ya dime que chingados pasó.
-Pues dice el Benny que la doña salía a vender con su puesto de la casa, pero que el marido desapareció así no más. El carrito blanco, el «taxi» lo metieron al patio los hijos a bola de empujones, porque ni gasolina le había dejado el Alejo ése.
Entonces la mujer se paró un momento, dio otra mordida a la manzana, se asomó hacia afuera de la celda como para cerciorarse que nadie estaba cerca para escuchar, regresó a sentarse y dijo en tono de cuchicheo:
-Pasaron días. La doña como si nada, haciendo tacos. Cuando los amigos del viejo iban a preguntar por él, ella decía que probablemente se había ido con una de sus putas, y que mejor para ella porque nomas puros problemas daba. «Que se vaya a chingar a otra parte, aquí ya no lo queremos» respondía. Y pues con toda la colonia sabiendo su situación, ¿tú crees que les extrañó?
-Nel. Pero no me digas que…
-Si.
-¿Neta? ¡Que pinche asco wey! ¿No te da cosa que la carne que comiste era de cristiano?
-No pendeja, la carne no. Esa sí era de animal. Dice el Benny que salió en las noticias que hicieron pruebas a la carne y pues que esa sí era buena.
-¿Entonces?
-Agárrate chango que ahí te va la liana. Resulta que agarró al don y lo durmió con clonazepam que le daban en el seguro cuando iba a atenderse porque «se había caído», pero pura mentira porque era por los madrazos del wey. Pero ella decía que le daban vértigos porque no dormía bien, y que por eso se caía. Pues entre el paracetamol y otras madres, le recetaban eso, y pues que lo duerme. Luego le cortó la yugular, y así dormido lo dejó desangrarse.
-Ah no ma… ¿Y el sangrerío? ¿A poco no se iban a dar cuenta por eso?
-No, si pendeja no es. Agarró y puso cubetas, las dejo llenar de sangre hasta la última gota. Así estuvo toda la noche. Los hijos, ya grandes, pues estaban cada uno juntados con las novias y ya no vivían ahí, y pues ella sola se encargó. Dicen que se esperó, sentada, a ver al viejo como se lo cargaba la chingada. Cuenta el Benny, que en La Prensa salió, que confesó que él siempre le decía «Tengo sangre de cabrón. Y tú tienes sangre, pero de atole, ¡de pendeja!». Pero que ella en esta ocasión le dijo al oído ¡Ah! Porque ya sabes que los muertos siguen oyendo después de un rato de pelarse «Pues no tienes sangre de cabrón. Tienes sangre de mierda y te lo voy a demostrar Alejito».
-Pues sí…
-Pues eso. Que hizo moronga; mo-ron-ga. Que sí, efectivamente, ese mismo día también mató al cochinito en la mañana, que lo desangró del cuello y chillaba y todos en la colonia oían. Pero que de él si se compadecía, y le lloró poquito y le decía «pobrecito animalito, mira lo que tengo que hacer por culpa de un culero como éste.» Y al otro día, ¡Zaz! Ya había tacos: de carnitas, de enchilada, de chorizo, y por supuesto, de moronga. Que una mercancía se la traían de Toluca, y otra ella misma la hacía.
-¿Y cómo la descubrieron?
-Pues al don lo enterró en el patio. Luego le pidió a los hijos que fueran a su casa a meter el carro de su padre porque se había ido de putas y ya le había advertido a ella que ya la iba a dejar. Pero no era cierto, mija. Un perro fue a desenterrar un brazo, porque la carne si la enterró, pero la sangre no.
-¡Jija! Bueno, pero ese wey se lo merecía. Y es cierto, porque la gente que comió de esa moronga, obviamente después la cagó…
-…y así la sangre «de cabrón», se volvió mierda…
-…como la caca que era. Maldito.
-Y ahora por eso Doña Mary está aquí.
Entonces la mujer dió una última mordida a su manzana, se levantó a guardar los restos en una bolsa de papel en donde había más basura, volteo hacia afuera, levantó la mano e hizo una forzada sonrisa de saludo. Una sombra se disminuía hasta que la persona que la originaba pasó por fuera de su celda y saludo con una voz de señora dulce y armoniosa.
-¡Buenas noches muchachas! Vecinas allá y ahora vecinas aquí.
-Buenas noches doña Mary. Pues sí. Ahí si necesita algo nos avisa.
-A ver si me dejan meter masita, y un guisadito y les hago quesadillas.
-A ver doña, es que aquí son re especiales- Contestó la otra mujer, también con una pequeña y forzada sonrisa.
Un altavoz sonó. Las tres mujeres se dispusieron entonces a ver cerrarse las puertas de la que era, sin saber por cuanto tiempo, su morada.